Miedo a la cesantía y estrés marcan inicio de la segunda ola

Llegó antes de lo que se pensaba. La región, y en particular la conurbación La Serena-Coquimbo, experimenta un aumento de contagios que ha llevado a retroceder a Fase 2 del Plan Paso a Paso. Para la ciudadanía es una pesadilla, aparte del miedo a enfermarse y perder a un ser querido, reviven los temores de lo ocurrido el 2020, cuando miles de personas perdieron sus fuentes laborales, y no pudieron generar ningún tipo de ingreso debido a la cuarentena total. Un fantasma que agobia, sobre todo en los sectores más vulnerables donde prolifera el hacinamiento y escasea el pan.
miércoles 27 de enero de 2021

El déjà vu no llegó como un trivial esoterismo, sino como firme realidad. Sí, porque, aunque se pensaba que la segunda ola del Covid-19 vendría a mediados de año, ya está presente, mucho antes de lo esperado, y la curva de contagios sólo parece moverse en ascenso.

Luego del anuncio de retroceso a Fase 2 en el Plan Paso a Paso, las alarmas se encendieron más que nunca en la comunidad. Evidentemente, la salud es lo que más les preocupa, ya que a estas alturas buena parte de la gente conoce el virus de cerca y muchos han perdido a seres queridos o han estado a punto de verlos padecer. La pandemia ya no es un concepto efímero ni mucho menos abstracto, está aquí, en nuestro ambiente, en nuestra inconciencia, acechando nuestro sistema inmune.

Ayer, de nuevo se registraron más de 100 casos en un día, por sobre los 600 activos. Por lo pronto, la reducción de aforos y confinamiento durante los fines de semana, parecen ser un bajo precio para los desalentadores números, sin embargo, tal cual lo expresa la vecina serenense, Rosa Vega, “después vamos a pagar la deuda”, y lamentablemente, muchos no tendrán con qué. Y claro, del problema sanitario emerge el social, aquel que devela las miserias ocultas tras la fachada del jaguar.

 

Reactivación al día a día

Durante el 2020, miles de personas perdieron sus trabajos en el contexto de la crisis y la Región de Coquimbo alcanzó los más altos índices de desempleo a nivel país. Pero claro, el verano era el momento de resurgir en una zona donde el sector turístico mueve gran parte de la economía. Y es que el golpe fue demasiado grande, pasando del estallido social a la pandemia que implicó el cierre, en algunos casos definitivo, de locales de comida y entretenimiento, y el confinamiento total por casi dos meses, tiempo en el que surgieron las ollas comunes; momentos en que la gente que trabajaba de manera independiente y, sobre todo, la que vivía del día a día, no pudo generar ningún ingreso, debiendo encerrarse en sus pequeñas casas, muchas veces en el hacinamiento, con el estrés de no saber qué deponía el futuro. Fueron días ingratos, de hambre, resignación y miedo.

Se pensaba que no sería tan pronto, pero ese temor ha vuelto, y no nos referimos al que existe en el empresariado, que sin duda también ha tenido problemas, pero hacen fuerzas para aguantar lo que más puedan y mantener sus recintos abiertos. Nos referimos al ciudadano de a pie, al común y corriente que hoy se siente al borde del abismo, y augura que los próximos meses tendrá que volver a pasar un año lleno de inconvenientes, tal vez, como han señalado expertos, mucho más graves que el recién pasado, durante la primera ola.

 

Don José y la resignación

A José Santos lo encontramos en la Feria de Abastos de La Serena. Tiene 75 años, justo el límite de edad entre quienes debieron estar en cuarentena desde mucho antes en el 2020. Pese a ello, y a tener varias enfermedades crónicas, nunca quiso dejar de trabajar, y si bien en su minuto debió hacerlo por las restricciones, intentó por todos los medios soslayarlas, ya que de lo contrario “no comía”, afirma. Hoy, ve con preocupación lo que está ocurriendo, y así lo manifiesta mientras carga verduras en una camioneta. “A mí más que el virus me da miedo que no me dejen ganarme mis monedas, porque soy el que tiene que mantener a mi hija que vive conmigo, tengo una pensión, pero con 140 mil pesos no me alcanza”, cuenta el adulto mayor.

Tiene rabia. Sabe que a su edad debería estar descansando, pero “no todos tienen esa suerte. A cada uno le tocan cosas distintas. Yo lamento que la gente joven no se haya cuidado, que hayan dado esos permisos para que vengan acá, porque ahora ya se retrocedió y seguramente van a decretar cuarentena. ¿Qué voy a hacer ahí?, ¿cree que me va a alcanzar con una caja de alimentos?”, se pregunta el serenense, quien, además, por estos días carga una pena que no tenía el año pasado. Su señora, falleció de un ataque al corazón. “Lo único que pido es poder trabajar, si me toca enfermarme, será la voluntad de Dios, pero no me puedo quedar sin hacer nada”, expresa don José.

En la población Minas, la presidenta de la Junta de Vecinos, Rosa Vega, insiste en su postura: “Estamos pagando un precio muy bajo y después no vamos a tener con qué pagar la deuda”. La dirigente, también adulta mayor, si bien no vivió penurias económicas durante la primera ola, sí le tocó ver a muchos amigos graves, vecinos del mismo sector cuyos habitantes son en gran medida adultos mayores. “Me preocupa mucho lo que está ocurriendo, porque en algún minuto prácticamente nos decían que el Covid se había terminado, por eso yo creo que la gente se confió tanto y dieron estos permisos”, relata Rosa.

Ella había comenzado a salir a la calle luego de permanecer voluntariamente en cuarentena casi todo el año pasado, pero ahora, en vista de lo que está pasando, volverá al encierro. “Es fome, es muy fome esto. Pienso que las cosas se podrían haber hecho mejor, al menos aquí en la región, pero bueno, lo único que me queda es decirle a la gente que se cuide, para que no pasemos a una cuarentena total, porque sabemos lo que perjudica esa medida, a la gente más pobre”, precisa.

 

Otra vez lo mismo

En el paradero de colectivos de la Línea 38 instalado frente a La Recova, Sandro Guerrero, chofer, se nota apesadumbrado. Desde que escuchó el anuncio del retroceso, se convenció de que “esto está recién empezando” y que “todavía tenemos varios años más con este virus dando vueltas”. En ese sentido, sabe que sus ingresos disminuirán tanto o más que durante el 2020, cuando debía salir a trabajar, y pasaban días en los que tomaba dos o tres pasajeros. “Al final era más lo que se gastaba en bencina. Bueno, es una pena, porque uno vive de esto, y si restringen más los desplazamientos claro que nos afectará. Ahora, uno también lo entiende porque es algo que se hace por la salud, pero por qué tenía que ser tan pronto, no nos dio tiempo de nada, ni de recuperarnos un poco este virus maldito”, manifiesta el conductor.

Respecto a si podrá “sobrevivir” de pasar a una cuarentena en el corto plazo, afirma que no lo sabe. “Tengo algo ahorrado del 10%, pero poco, porque la mayor parte la ocupé para pagar todas las deudas que tenía. Va estar complicado si seguimos así. Uno pensaba que el 2020 había sido el peor año, pero parece que no”, afirma, preocupado. Y por supuesto, su salud también lo mantiene en alerta, ya que es consciente de que su trabajo, que implica contacto permanente con las personas, es un riesgo.

Muy cerca del paradero, la residente venezolana Laura Guedez, atiende su quiosco. Se trata de un emprendimiento, en el que se aventuró cuando la pandemia amainó, y los casos disminuyeron, luego que en pleno confinamiento hubiera días en los que ni siquiera tenía para comer. “Pasamos hambre, eso no te lo puedo negar, pero ahora estamos levantándonos de nuevo. Ahora, el problema es este anuncio de retroceso que no se sabe hasta dónde va a llegar, porque si volvemos a una cuarentena total, y no puedo trabajar el quiosco, todo el esfuerzo que invertí se va a la basura”, puntualiza, con una mezcla de tristeza y rabia, ya que sabe que si la pandemia continúa en esta curva ascendente, muy pronto no tendrá cómo mantener a su madre, quien tiene más de 80 años, y a sus dos hijas. “Pensar en el futuro ahora es para ponerse a llorar. Nos ha tocado vivir los peores tiempos acá en Chile desde el estallido social, y por más que uno lucha y lucha no termina de levantarse. ¿A quién benefició este permiso de vacaciones para que vinieran todos contagiados? A unos pocos empresarios, tal vez, pero a la gente común, nada. Es más, creo que nos perjudicó”.

 

Departamentos rojos,  la historia se repite

Una de las situaciones que puso al descubierto la pandemia, es el hacinamiento en el que se vive en algunos sectores de la conurbación. “Los departamentos rojos” ubicados en calle Gaspar Marín de Las Compañías, son un ejemplo de ello. Ya lo vimos el año pasado, con el caso de la joven Claudia Jiménez de 20 años, quien compartía el departamento de dos pequeñas piezas y un baño, con otras 9 personas. Así tuvieron que pasar la cuarentena total.

Volvimos al lugar, y nos encontramos con realidades similares. Preocupa la salud, preocupa el hacinamiento, y preocupa el hambre. Alejandra Maluenda, reside en un departamento de similares características, con siete personas más, entre ellos cuatro niños, los que, asegura, son los más perjudicados con el encierro obligatorio. “Una lo puede sobrellevar, lo puede aguantar. No es sencillo, pero se puede, en cambio a ellos cómo se les explica… Para mí, eso es lo más difícil”, afirma la vecina de Las Compañías.

En el edificio de enfrente vive Guillermo Alejandro Díaz, con sus dos hijos y su esposa. Para ellos, el tema económico es lo que más les complica, ya que viven de lo que venden en el día, recolectando cachueros y vendiéndolos en las ferias, lo que no pueden realizar en tiempos de confinamiento. “Por ejemplo, ahora, ya con la fase dos nosotros no podremos generar casi nada, porque justo la cuarentena es el sábado y el domingo, los mejores días. Tendremos que quedarnos con lo que se pueda hacer en la semana que es muy poco”, afirma el habitante de los departamentos, quien, como tantos otros residentes, no ha pensado ni en vacaciones, ni en salir a restaurantes. Sólo quiere que sus hijos estén sanos y poder trabajar.