Una vida lejos del mundo

Más allá de la urbanidad, a 64 kilómetros de La Serena, la localidad de Almirante Latorre se alza como el paradigma de lo que hoy son los pueblos rurales. Con una escuela de dos alumnos, calles de tierra y menos de 20 habitantes, lucha por mantener sus tradiciones cuya máxima expresión tiene lugar en el mes de octubre, cuando se realiza su gran fiesta religiosa.
Una vida lejos del mundo
Una vida lejos del mundo
domingo 06 de octubre de 2013

Dicen que en Almirante Latorre el silencio se pasea por las calles y se sienta en la esquinas. El polvo muerde al propio polvo y en la sombra del ocaso se puede ver la forma del tren longitudinal que alguna vez se deslizó por los rieles que hoy en desuso yacen en los suelos del pueblo. 
El lugar poco a poco se va quedando desierto. Y es que como todas las localidades rurales, cada vez ofrecen menos servicios y oportunidades laborales. Así, en este pueblo ubicado a 64 kilómetros al noreste de La Serena la migración campo-ciudad también ha hecho de las suyas.
No viven allí más de 15 personas. La mayoría gente de la tercera edad, jubilados que han retornado donde nacieron, otros que nunca se fueron y, por cierto, también algunos que nadando en contra de la corriente han llegado para tratar de que, en la medida de lo posible y de lo probable, Almirante Latorre continúe siendo más que un recuerdo apostado entre modestas casas de adobe y madera.

Un día especial

Pero no llegamos ahí un día cualquiera ni por casualidad. Era lunes por la mañana y el observatorio Gemini concurriría a la pequeña escuela, para interiorizar a los alumnos acerca de la astronomía y los misterios del universo.
La cita era a las 10 am, pero acudimos antes de que todo empezara, para así poder observar la realidad de la comunidad en toda su dimensión y nuestra primera parada fue precisamente allí, en la escuela de Almirante Latorre, la que, casi como paradigma de un colegio rural, resiste como puede los avatares del tiempo.
Se trata de un establecimiento unidocente, en el cual estudian los únicos dos niños del reducido poblado. Alondra, de 9 años, y Álvaro, de 7, quienes cursan quinto y tercero básico respectivamente. Ambos están sentados en los bancos del pequeño salón que se hace gigante con ellos en medio y a su alrededor un montón de sillas vacías que parece que nadie ha ocupado aún.
Se preparan para recibir a la gente del observatorio Gemini acompañados de Roberto Rodríguez, el profesor que se ha encargado de la educación de los lugareños durante los últimos 14 años. “No sólo soy el profesor, también soy el director y el auxiliar. Hago de todo”, comenta un amigable Rodríguez. Y es que esa es la labor que deben desempeñar los profesores que laboran en este tipo de recintos. “Es difícil, pero si hay vocación la cosa se va alivianando un poco”, agrega, y al parecer la tiene. Al menos eso se desprende al oír la historia que nos relata.
“Siempre me apasionó la educación rural, porque es algo distinto y uno puede hacer más por la sociedad desde acá. Cuando me recibí, en Arica, hace más de 30 años también estuve mucho tiempo haciendo clases en lugares más retirados”, cuenta, mientras sostiene los pendones que promocionan la actividad que está por comenzar.
Rodríguez vive en Almirante Latorre de lunes a viernes, en una habitación en el mismo colegio. Sin embargo, cada fin de semana viaja a La Serena a ver a su familia, “ellos son la razón por la que hago todo este trabajo”, afirma. Y es que aunque sus dos hijas ya son profesionales, asegura que igualmente le dan la fuerza para continuar. “Después vuelvo el lunes con las pilas bien cargadas”, expresa.
Pero igualmente hay algo que lo inquieta. Resulta que ya en años anteriores se han cerrado colegios y la posibilidad de que suceda algo así con el de Almirante Latorre es bastante cierta. “Sí, existe un miedo”, confiesa. “Porque uno ve cómo esto de pronto no se sustenta y si no hay niños, no hay escuela. Hace un tiempo se cerró Agua Grande y el año pasado también se cerró Condoriaco. Los que nos hemos mantenido somos los de La Laja, donde hay dos alumnos y nosotros, que también tenemos a dos”, dice, al tiempo que observa a los pequeños que ya fuera del salón se pasean por el patio.

La madre de una Alondra

La pequeña Alondra es la más tímida de los dos alumnos del Almirante Latorre. La observamos durante algunos minutos y cuando se aburre de jugar corre al encuentro de otra funcionaria del establecimiento, la manipuladora de alimentos, Rosana Gallardo. Resulta que ella es la madre de Alondra.
Rosana no es nacida en Almirante Latorre y fue por circunstancias de la vida que llegó al pueblo. Fueron principalmente los problemas económicos los que la llevaron a trasladarse junto a su hija a la casa de su suegra al sector rural. “Me vine con mis dos hijos y ella (Alondra) al tiro entró a estudiar al colegio, antes había más niños, pero de a poco se fueron yendo, es más, en algún momento mi hija corrió el riesgo de quedarse como la única alumna, eso me hubiese complicado porque hubiese estado sola, pero menos mal que llegó el compañerito”, expresa.
Y Rosana es la esperanza de que el colegio continúe. Resulta que Alondra ya en un año más tendrá que dejarlo porque el establecimiento sólo llega hasta octavo básico, por lo que el otro alumno quedaría sólo, a no ser que el hijo menor de Alondra pueda ingresar a estudiar ahí. “Pero eso está en veremos porque no me han informado aún si se hará kínder el próximo año”, sostiene.

Un futuro incierto

LA FRASE

En algún minuto mi hija pudo haber quedado sola en el colegio, eso me complicaba, porque no hubiese tenido con quién jugar

Rosana Gallardo
madre de una alumna del colegio

Pese a los esfuerzos de las autoridades, el futuro de los colegios rurales como el de Almirante Latorre parece estar determinado. Siguiendo la lógica de los tiempos y de acuerdo a lo que se ha podido apreciar en los últimos años, con cada vez menos población, su desaparición sería in inminente. Pese a ello, tanto desde la corporación municipal como desde la Seremía de Educación son categóricos al señalar que mientras haya un alumno que atender, ningún colegio cerrará sus puertas. “Obviamente que el futuro no es muy promisorio, los asentamientos rurales se van terminando y obviamente que con las escuelas va pasando lo mismo, pero por eso, mientras exista un asentamiento rural y un niño que necesite educación nosotros vamos a seguir apoyándolo”, asegura el jefe provincial de Educación de Elqui, Enrique Silva.
En ese mismo sentido, Patricio Bacho, encargado de Educación de la corporación municipal Gabriel González Videla, señala que “se está realizando un trabajo de integración con los alumnos que continúan en los establecimientos, se trata de que participen en las actividades cívicas y sociales de la comuna como las efemérides y los desfiles”, sostiene.

Más allá de un colegio: Un pueblo en silencio

Poca, pero hay vida más allá de la escuela. “Es cierto que es algo aburrido pero eso lo compensa la tranquilidad en la que vivimos, es impagable”, afirma Rosana Gallardo, la madre de Alondra, una de las alumnas del colegio.
Aprovechamos el tiempo y salimos a recorrer las calles de Almirante Latorre. No pudimos encontrar a un mejor guía ya que quien nos acompañó fue Guido Contreras, conocido como el “alcalde” de Almirante Latorre.
Contreras literalmente tiene las llaves de la ciudad, vive en la comunidad hace más de 30 años y conoce al revés y al derecho sus historias y sus parajes. También recuerda con algo de nostalgia cómo era la localidad hace algunas décadas. “Vivía mucha gente que trabajaba en la minería y en la escuela había muchos niños, nada que ver con lo que hay ahora”, recuerda, mientras avanzamos por las calles de tierra levantando el polvo a cada paso que damos.
Reconoce que tiene poco que mostrarnos. “Es que si quiere hablar con alguien, la gente es muy viejita, y no salen a esta hora, pero vamos a la iglesia”, invita.
Y es que es el mayor orgullo de los habitantes de Almirante Latorre. Pese a que se abre sólo una vez al mes y la concurrencia es poco masiva debido a la ínfima cantidad de gente que habita el pueblo, una vez al año, se llena de alegría con la fiesta que se realiza todos los años, en el mes de octubre. “Ahora ya la estamos arreglando para eso”, explica Contreras.

Desconectados

Sin teléfono, sin Internet y a veces hasta sin luz. Así viven en el pueblo, algunos habitantes indican que están acostumbrados, pero que les gustaría poder estar más conectados con el mundo. En una esquina de las pocas calles de Almirante está ubicado el único almacén del pueblo. “Carmen”, se llama, no alcanzamos a dilucidar el porqué del nombre. 

Afuera, Betsy Cortés nos observa cuando nos acercamos. “Cómo están”, saluda, de entrada. Por alguna razón sabía que éramos de la prensa.
Al ingresar a su almacén, la precariedad de la oferta da cuenta de la escasa demanda. “Así es, es que no sacamos nada con traer harto porque es poco lo que se vende y al final salimos perdiendo, esa no es la idea”, señala.
Betsy es, además, la presidenta de la Junta de Vecinos de Almirante Latorre y no se guarda nada. Indica que sí, efectivamente, como comunidad rural se sienten “algo abandonados”, por las autoridades. “Yo siento que no se preocupan tanto y deberían hacerlo porque aquí la gente es mayor y por ejemplo, el que no haya señal para los celulares nos perjudica. ¿Qué pasa si alguien se enferma? No tenemos médico y la posta más cercana está como a una hora”, critica Betsy, quien sin embargo se mantiene optimista ante todo. Y es que así pareciera ser la gente del mundo rural, siempre sobreponiéndose a la adversidad, aceptando y queriendo esa vida que por suerte o por opción les tocó vivir. 

La nostalgia y la fiesta

••• Pero hay un momento del año en que Almirante Latorre resurge de las cenizas. Y es que durante las primeras semanas de octubre se realiza la fiesta religiosa en la pequeña capilla Santa Teresita del Niño Jesús. 

Según cuenta Pedro Piñones Urbina, presidente del Centro de Hijos y Amigos de Almirante Latorre, quienes organizan esta gran festividad, que este año comenzará el próximo sábado (12 de octubre): “Durante dos días este pueblo realmente cambió de color, ese gris que de pronto uno puede ver cuando va el resto del año, desaparece con los bailes religiosos y la gran cantidad de gente que asiste a esta fiesta”, asegura Piñones.
Y es que este año, según el nacido en Almirante Latorre, la fiesta será especial, “la organizamos nosotros como agrupación, pero hemos contado con el apoyo del municipio quien nos ayudó a la pavimentación del frontis de la iglesia donde se harán los bailes. Esperamos que vaya mucha gente, no sólo exhabitantes del pueblo sino también la comunidad en general, porque van a vivir algo que no se vive todos los días, algo especial, porque el pueblo sigue teniendo esa magia especial”, afirma.