La otra navidad

Para algunos importan las compras, para otros los regalos, para la gran mayoría, la alegría en familia. Pero hay para quienes la Navidad guarda un significado único, que sólo cobró sentido en esta época del año.
La otra navidad
La otra navidad
martes 24 de diciembre de 2013

Esta noche es Nochebuena. Una fecha que para la mayoría representa momentos de una increíble felicidad, y no sólo por el día en sí, sino también por lo que la antecede. Aquel espíritu que tiene algo de ficción y algo de realidad, y que colma el ambiente con ese halo de fantasía hollywoodense. 

En el centro, las semanas previas a este día vimos de todo. El cara y sello de una fiesta que a todos sirve y que a todos les sirve. Idas y venidas de gente con enormes bolsas saliendo y entrando de multitiendas. Pero también estaban los otros, los que poco fueron lo que compraron hasta el día de hoy. Están aquellos para los que esta fecha representa una oportunidad, una instancia especial para sentir que sus vidas valen la pena, para recordar que su historia no ha pasado en vano, o sí. Quién sabe. O bien, quienes esperaron todo el año este momento para encontrar un poco de dignidad, para trabajar y tener esa entrada económica que el resto del año es imposible tener. A ellos fuimos a buscar, para develar los rostros ocultos de la Navidad. 

SUENA NOCHE DE PAZ

En pleno centro de La Serena suena una melancólica melodía. Es el clásico villancico Noche de Paz, sí, pero no es el que se escucha en los comerciales ni el que retumba vacío en alguna película. Se oye gastado, imperfecto. 

Quisimos saber de dónde venía y ahí estaba él. En calle Cienfuegos, entre Prat y Cordovez. Sentado en un banquillo de madera con un violín añoso y nostálgico. Era Rubén Miralles y su música navideña. 

Cuando nos acercamos a él, nos mira como preguntándose si debe seguir tocando o debe detenerse. Al final opta por parar. “Qué se le ofrece, hijo”, dice una voz tan amable como cansada. Y es que pareciera ser que don Rubén es las dos cosas. Con 70 años no ha tenido una vida fácil y aunque probablemente estos días fue la banda sonora del centro de la ciudad, no siempre fue así.
El hombre lleva sólo cinco años como músico callejero, pero sólo lo hace para épocas especiales. “Como la Navidad, porque igual sirve para tener alguna platita extra, todo salva. El resto del tiempo vivo de mi jubilación”, cuenta, con su violín ya mudo reposando sobre su pierna derecha. 

Resulta que don Rubén trabajó durante años como mecánico soldador, pero un día, sin advertencia previa, debió dejar de hacerlo debido a un accidente vascular que lo dejó prácticamente imposibilitado de realizar actividad física. Fue en ese momento cuando volvió a su memoria aquella pasión secreta de la infancia, la de la música. “Me jubilé y tuve harto tiempo, ahí volví a tocar el violín que había aprendido a tocar cuando era apenas un niño”, cuenta el hombre. 

Fue a los 10 años descubrió a su gran amor. Encontró entre las cosas de su padre el instrumento y nunca más se alejó de él, lo llevaba oculto a todos lados, sin que su padre lo viera. “Me lo podía quitar”, acota don Rubén mientras la gente que pasa por Cienfuegos lo mira como reclamando que retome sus compases. 

Y es que su padre no quería que fuese un músico. Pero, un día, su madre lo oyó manipulando aquella arma con la que hoy dispara villancicos y no tuvo otra opción. Decidió regalárselo definitivamente. “Mi papá le había dicho que lo vendiera, pero ella dijo que me lo quedara, y aquí está, es el mismo que toco ahora y el único que he tenido”, cuenta, mientras, casi mesiánico, levanta con sus dos manos su más preciada pertenencia. La mantiene elevada por un segundo y la baja nuevamente. “Tengo que seguir tocando, está muy deslucido esto sin música”, dice y en dos segundos vuelven a encenderse los acordes en la calle que se apagó por un momento mientras el músico recordó su historia. 

EL ESFUERZO DE LESLIE

Ahí está ella. El esfuerzo parece estar presente en cada movimiento que hace. En uno de los puestos en donde la gente va a envolver los regalos en aquella feria navideña de calle Cordovez se encuentra Leslie Díaz. Lleva 11 horas trabajando y continuará dos más. 

Y es que sabe que las oportunidades no les llegan a todos en la misma cantidad y probablemente a ella le sigan escaseando. “Para mí la Navidad es el momento del año en que puedo instalarme con este puesto, aquí envolvemos regalos, vendemos papel y tarjetas”, cuenta, mientras mira hacia su derecha, donde hay otros quince puestos similares. 

Resulta que este año en particular, el negocio no habría andado tan bien. “Somos muchos, pero uno no va a criticar eso, porque todos tenemos una necesidad, y por eso trabajamos”, remarca, generosa, y sus manos no dejan de envolver un paquete cuadrado que una clienta pasará a buscar en cinco minutos. 

A Leslie no le importa pasar estas fiestas trabajando. Está consciente de que el resto del año su futuro laboral será incierto, sobre todo en su rubro, ya que se desempeña como temporera. Por ello, esta madre soltera de cuatro hijos nunca para. “La Navidad es una vez al año y hay que generar algo. Esto lo hago por mis hijos, para que sean algo en la vida, para que sean más que uno y no anden trabajando así”, señala, y en su voz se percibe algo de emoción, también en sus grandes ojos cafés. 

LA NAVIDAD Y EL RECUERDO

Amor, pasión, recuerdos, sobre todo recuerdos. Y es que hay para quienes esta fecha no es más que eso, el momento más sensible que propicia la franqueza descarnada de la memoria. 

Clarisa Torres enviudó hace años. Sin embargo, siente la presencia de su esposo tal como si él estuviese allí, junto a ella. Resulta que la mujer de 80 años pasó su vida trabajando a su lado, viviendo a su lado, sin separarse hasta que la muerte dijo lo contrario. Hoy, prácticamente no sale de su casa. Sin embargo, cuando llega esta fecha, toma algo de sus ahorros, se abastece y se instala con su puesto de venta de tarjetas y papel de regalo en pleno centro de La Serena. “Es la única vez al año que trabajo porque tengo una jubilación para mantenerme el resto del tiempo. Antes, cuando él (su esposo Manuel Carmona) estaba vivo, andábamos por toda la ciudad vendiendo, en la playa, en el Faro, en el estadio… pero él ya no está”, cuenta, y la emoción llega sin que nadie la llame. 

Y es que no puede dejar de recordarlo. En cada palabra está presente alguna de sus vivencias a su lado y se empeña en contarnos quién fue Manuel Carmona. “Trabajó en el Teatro Nacional mucho tiempo, allá en el diario deben conocerlo”, dice, “usted no lo ha escuchado”, agrega mientras una clienta toma una tarjeta, la abre y hace que el sonido de un villancico decore la historia de doña Clarisa. 

Cuando le preguntamos cómo le ha ido con las ventas, a ella parece no importarle. Y es que la mujer a todas luces no está ahí por dinero. Y es que el médico le prohibió que continuara vendiendo así, en forma solitaria. Sin embargo, ella dice no aguantar el silencio de su casa, sobre todo en este tiempo en el que otrora junto a su marido fueron los reyes del comercio. “En mi casa me voy para abajo, me acuerdo de él y me pongo a llorar. A mis hijos tampoco les gusta que venga a trabajar, pero en el fondo saben que me hace bien”, cuenta Clarisa, quien vuelve a sentarse en su silla en la que ha estado durante toda la tarde viendo a la gente que va y viene, viendo a la vida volar por su memoria en todas las direcciones, viendo la Navidad, más allá de la Navidad.