Vocación en riesgo

Durante más de un siglo, el árbitro vistió de luto. ¿Por quién? Por él. Pese a que intenta hacer su mejor trabajo dentro de la cancha, siempre es el culpable. Sobre él sólo una opinión unánime: La culpabilidad de quien pierde por él o gana a pesar de él. Es el enemigo público
Vocación en riesgo
Vocación en riesgo
lunes 29 de abril de 2013

Lo escuchamos de los fanáticos: “Es que así no se puede ganar, árbitro y…”. También de los jugadores: “Hubiese sido otra historia si cobra el penal, pero bueno…”. De la prensa: “Anoche el árbitro fue protagonista”. Y hasta de los propios técnicos: “Nunca me ha gustado opinar de ellos…”.
Sin duda, ser árbitro de fútbol es uno de los oficios más difíciles y tal vez de los más incomprensibles que hay. Claro, ya que su trabajo siempre es cuestionado por parte del público, que a lo largo de un partido no se cansa de lanzar insultos cada vez que éste cobra alguna falta. Y por tratar de aplicar el reglamento son víctimas de agresiones verbales, tanto de los jugadores como de los hinchas, aunque lo más preocupante es cuando éstas se convierten en físicas, lo que en el último tiempo ha sido una constante.
La verdad es que intrigan las razones por las que una persona normal -más o menos normal, como cualquiera-, en pleno uso de sus facultades físicas e incluso mentales decide lanzarse a un camino que terminará, en el mejor de los casos, si todo sale bien, con el odio y los insultos de cientos y en otros casos de miles de personas zumbando alrededor de su cabeza.
“Es una vocación de alto riesgo y hay que querer mucho el fútbol para ser árbitro”, cuenta Carlos Moreno, profesor de la entidad en la región por más de 27 años, pero que sufre al ver que lo que tanto ama se va desvaneciendo por falta de renovación, porque ve pasar los años y ya nadie quiere tomar esta vocación u oficio como un desafío.
“No podemos reunir a gente más joven para dirigir, porque le tienen miedo a las agresiones, a los insultos. ¡Es un problema! No sacamos nada con preparar a un chico para que al primer partido lo agredan y no siga más. ¿Y qué le digo, ah? Es una pena, pero le veo poco futuro al arbitraje en la región..., pero seguimos buscando. En mi caso siempre estoy ofreciendo, buscando chicos para renovar, puesto que el promedio de los árbitros en la región supera los 48 y 50 años de edad. Te insisto, lamentablemente a los jóvenes nos les interesa, porque también es un oficio con mucha responsabilidad. Hay que cuidarse mucho para que el día del partido uno esté en plenas condiciones tanto física como mental”, agrega.

¿SABE O NO SABE? Ahora bien. Luego de mucho escudriñar y preguntar a algunos expertos en la materia, muchos llegaron a la conclusión de que al jugador le altera mucho que el árbitro sepa poco de fútbol; a veces, casi nada. ¿Cómo podrían los jueces aprender los secretos de la especial relación de los jugadores con la pelota, con sus rivales, con el entorno? Quizás jugando ellos mismos, y mirando mucho fútbol.
De todas maneras, esto de que el jugador se sienta perjudicado por el árbitro viene desde el primer partido que jugó el hombre, en 1860, según Wikipedia. Y cada vez ha sido mayor el desacuerdo entre el jugador y aquel que viste de negro. Es una típica relación opacada por la ignorancia: El jugador no sabe de reglas y el hombre de negro no sabe de fútbol.
Para muchos, esta “guerra” se solucionaría si ambos bandos superaran aquella ignorancia. La comunicación sería distinta y los conflictos surgen por no saber de qué estamos hablando. Si el jugador supiera qué es lo que reclama y el árbitro entendiera el porqué de los reclamos, terminaría este diálogo de sordos.

“¿Fallamos? Mucho. ¿Intencionadamente? Nunca. Nuestro objetivo es minimizar el error y con ello evitar el ‘protagonismo’ que algunos dicen que buscamos. Pero, seamos realistas, ni siquiera un árbitro de la élite, que ha estado preparándose muchos años para llegar al fútbol profesional, puede evitar el error. Somos árbitros, personas, no máquinas”, cuenta Carlos Moreno, que de todas maneras es un agradecido por lo que bien que lo ha tratado la vida. ¿Agradecido de los insultos? “Jajá. La verdad que es complicado el tema, principalmente para la familia, pero el hombre es un animal de costumbre y a la larga hay cosas que se asumen. ¿Sabes? Gracias a esto pude educar a mis hijos. Soy un agradecido del arbitraje. Arbitrando sábados y domingos era la única forma de llegar a la meta”, finaliza Carlos Moreno, que el sábado cobró un fuera de juego en el compromiso que le tocó dirigir y sólo tuvo que comerse los insultos que bajaban de la galería. ¡Era que no!

EN SU DEFENSA. Rafael Astudillo, jefe de árbitros de la Región de Coquimbo, también comparte el pensamiento de su colega Moreno. Reconoce que a los más jóvenes les cuesta un mundo dar el paso para ponerse el traje negro. No es fácil, cuenta, ya que quienes lo hacen es porque aman este oficio, nada más.
“Más bien es una vocación. De verdad que es muy difícil, puesto que a nadie le gusta que lo insulten gratis, menos que lo agredan”, cuenta Astudillo, quien es el encargado de resguardar la seguridad y dar las órdenes a los 29 árbitros que tiene a su cargo en la FENAF, (Federación Nacional de Árbitros de Fútbol).
“Al igual que el niño que está aprendiendo a dar sus primeros toques, el árbitro también está aprendiendo a arbitrar. El fútbol y la gente se tiene que empezar a dar cuenta de que la mente de un árbitro que acaba de empezar es lenta, cuesta marcar para qué lado hay que sacar de banda, cuesta valorar si algo es falta o no es falta, cuesta colocarse de la mejor manera para ver la jugada de una forma idónea… y si encima, a todo esto le sumamos que siempre hay alguien que está gritando o protestando, la presión a la que se está sometiendo a alguien que está aprendiendo provoca nerviosismo, que inevitablemente conduce a más error”, señala.
Sin embargo, en defensa del arbitraje también hay que reconocer que la mayoría de los árbitros si han sido jugadores de fútbol y entienden muy bien el tema. Saben que se molestan cuando un error suyo los perjudica, aunque el error evidentemente no haya sido intencionado. No obstante, pocos jugadores (y pocos periodistas también) han tenido la experiencia de arbitrar un partido y por ello pocos entienden que el árbitro se tiene que equivocar, porque es una persona. Es cuestión de cultura. Desde siempre se ha inculcado que el árbitro es el enemigo, que no se le puede permitir fallar y que si lo hace hay que reprochárselo, por medio de insultos, protestas y agresiones.
Así es la vida del que siempre viste de negro. Del que parece ir de luto, por el papel que le tocó vivir. A pesar de añadir colores menos trágicos a su existencia -verde flúor, amarillo patito y hasta rosado en los últimos años-, su figura sigue siendo la del intruso, ese personaje que corre tras la pelota sin poder tocarla, soplando fatalidades y desgracias. Sobre él sólo una opinión unánime: La culpabilidad de quien pierde por él o gana a pesar de él. El enemigo público, el personaje más maltratado del fútbol.