La tentación del azar de máquinas tragamonedas en medio de la polémica

En cada barrio hay alguna. Y es que, durante los últimos años, los llamados “casinos de los pobres” han experimentado un aumento explosivo y son principalmente las dueñas de casa, quizá agobiadas por la rutina, quienes sucumben ante la tentación. Así lo constatamos en un recorrido por uno de los sectores más populares de La Serena: Las Compañías.
La tentación del azar de máquinas tragamonedas en medio de la polémica
La tentación del azar de máquinas tragamonedas en medio de la polémica
lunes 08 de abril de 2013

Las máquinas tragamonedas son un problema de larga data. La semana pasada el gobierno anunció que enviará un proyecto de Ley que regularice su funcionamiento fuera de los casinos de juego autorizados. Así lo informó a medios nacionales el subsecretario de Hacienda Julio Ditborn. “Con este nuevo proyecto, el Ejecutivo pretende resolver un problema que ha ido creciendo y crear las condiciones de protección de los jugadores y de la sociedad en general pero al mismo tiempo mantener el carácter de ilícito de todo juego de azar que no esté regulado o autorizado por Ley”, señaló la autoridad hace un par de días.
La iniciativa legal sería presentada durante el primer semestre del 2013, y aunque no se tiene noción de cuándo entraría en vigencia, plantea una vez más la gran interrogante: ¿Será el comienzo del fin del negocio de las tragamonedas? ¿Ya no podrán contar los tradicionales almacenes de barrio con aquellas máquinas de juegos que por años han sido la fuente de entretención (y a veces de vicio) para su popular clientela? La respuesta es incierta, pero más allá de ella, quisimos adentrarnos en el mundo de los “mini-casinos”, conocer –en parte- las motivaciones de un jugador y las de los dueños de los locales. Conocer la realidad en el único lugar donde se muestra clara, en la calle.
PARA MUESTRA UN BOTÓN.Las Compañías, el centro neurálgico de lo popular en La Serena. Hasta allá concurrimos para ingresar a los más conocidos locales. “Somos el casino de los pobres”, relata Ronald quien administra una pequeña sala de juegos ubicada en calle Viña del Mar.
El joven es consciente de que hay gente que considera este tipo de negocio como nocivo para las personas, ya que incentivaría la ludopatía, pero asegura que los dardos no deberían apuntar hacia ellos, sino a los lugares “donde en verdad la gente pierde mucho dinero, que son los casinos de juegos, ahí sí que hay personas que se envician y pueden perderlo todo”, afirma.
En su local reina la calma. Ronald asegura que siempre es así. “Es la misma gente de siempre, viene un rato gastan unas lucas y se van, a veces ganan o pierden. Así es esto”, cuenta detrás del mesón sin dejar de atender a sus clientes.
En el recinto se ven más mujeres. Son dueñas de casa que aparentemente acuden a distraerse. Una de ellas es Minrod Díaz. La abordamos y ríe nerviosa. “No me vayan a enfocar”, dice con un tono de ingenuidad, mientras mete una moneda en El Faraón, su juego favorito.
Asegura que lo suyo no es un vicio. Cuenta que sólo pasa “de repente”, a lo más una vez a la semana, según afirma. “Antes venía más seguido, pero ya se me pasó”, expresa.
Pero no dejó de ir porque perdiera dinero, sino por una cosa de tiempo. Incluso, Minrod tiene el record de ser la más ganadora de ese local en una sola noche. Fue en noviembre del año pasado cuando tuvo su día de Gloria. “Me gané 300 mil pesos, no lo podía creer, fue mi día más feliz (….) había venido con mi marido y él se había ido. Al ratito después le eché como tres mil pesos a la máquina de cien en cien y me empecé a ganar una cantidad de plata que no tenía idea, yo pensé que la máquina se había echado a perder, pero no, en verdad había ganado”, cuenta la mujer, efusiva mientras continúa imbuida en su juego.
Y todo el dinero lo invirtió en la casa. Al día siguiente la Minrod se compró un televisor plasma que desde hace tiempo tenía visto. Nunca más volvió a ganar tanto, y no cree que vuelva a hacerlo, pero quizá con la secreta esperanza de que el azar retorne, no ha dejado ni piensa dejar de concurrir hasta los tragamonedas.
Calle Viña del Mar es la calle de los casinos. Saliendo del local de Ronald nos encontramos con el recinto cuyo cartel rojo a la entrada reza “Andy”. Allí, la administradora evidencia algo de incomodidad con nuestra presencia. “No te puedo dar mi nombre”, señala de entrada, pero se explaya cuando describe su local. “Acá no hacemos nada malo, se pagan impuestos”, manifiesta sin que se lo consultemos.
El Andy está casi vacío. Aparentemente la gente llega más tarde y sólo dos o tres personas se distribuyen por el local cuando son las 17:00 horas de un sábado por la tarde. Llama la atención una mujer de unos 50 años. Una bolsa de supermercado yace a su lado y con una mano presiona incesantemente un botón mientras con la otra ingresa monedas por la ranura de la máquina. Juega con extrema concentración.
Nos acercamos y mira de reojo. “Qué me van a preguntar”, dice mientras de sus labios emana una risa nerviosa. “Te cuento todo lo que quieras pero no me pidas que te dé mi nombre”, agrega. Surge entonces uno de los cuestionamientos más obvios: ¿Cada cuánto viene a jugar?, indagamos. “No mucho, aunque no me crea”, responde la mujer que en ningún momento ha dejado de sonreír. “Vengo una vez al mes, a veces menos, pero de que me sienta una mujer que esté así como enviciada en el juego no, porque yo me sé controlar, hay personas que no se controlan, para ellos sí es peligroso esto”, afirma.
Asegura que nunca ha perdido más de seis mil pesos. “Me va bien, y aquí a la mayoría le va bien (…) lo máximo que puede perder uno son treinta mil, no más”, manifiesta esta incógnita jugadora quien interrumpe la conversación para ratificar con hechos sus palabras. “No ve, mire, llegué con cuatro mil y ahora llevo 18 mil pesos”, señala mientras muestra las monedas que le han alegrado la tarde.

ALMACÉNES DEL AZAR. En La Nortina, Luciano Espinoza tiene 10 máquinas. Su local vende de preferencia abarrotes, pero reconoce que las máquinas también son parte importante de las ganancias.
Espinoza ratifica una realidad que sospechamos, pero que nadie admite. “Acá las que más vienen son las mujeres, particularmente las dueñas de casa”, asegura tajante.
El locatario tiene su teoría. Cree que gracias a las tragamonedas, la monotonía de la vida de estas mujeres se rompe por un momento. “Pasan todo el día en sus casas, por eso en sus ratos libres vienen para distraerse en las máquinas, y de hecho no les va mal, porque siguen viniendo”, expresa.
No cree que, particularmente, las máquinas generen un vicio, aunque sí confiesa que la satisfacción de ganar dinero atrapa, es por eso que dice tener varias “clientas habituales que vienen todos los días, (…) puede que se transforme en una especie de adicción, pero al final ellas están felices, porque ganan plata que no tienen, aunque claro, ahí se entusiasman, y juegan, juegan, juegan y empiezan una horita más, y al otro día una horita más y así”, cuenta Espinoza.