El cura de un pueblo olvidado

Han sido días difíciles para Tongoy. La desesperanza reina, pero desde aquella sensación surge la voz de un hombre que desde sus creencias procura levantar a una localidad que se siente “despojada”.
El cura de un pueblo olvidado
El cura de un pueblo olvidado
domingo 31 de marzo de 2013

Tratamos de dar esperanza, pero uno no puede solo. O sea, no sacamos nada con hablar de esperanzas de un futuro si aquí, esperanza para los trabajadores y para los estudiantes, no hay, expresa el sacerdote párroco de Tongoy, Ángel Pizarro, al terminar esta entrevista. Sí, partimos por el final.
Y es que no encontramos ninguna frase que sintetizara mejor la realidad que hoy vive el pueblo de Tongoy.
Es martes por la tarde y corre una brisa fría. Pese a que pequeños rayos de sol se cuelan por entre las nubes cada media hora, no son suficientes para dar abrigo a la localidad.
Como siempre hay silencio. Llegamos al lugar por el aviso de que el pueblo está exaltado. “Amaneció con banderas negras”, nos dijo alguien en la sala de redacción de La Serena. Era cierto, pero de agitación, nada. No alcanza.
Efectivamente, las banderas negras están ahí. “Como señal de protesta”, nos cuentan los pueblerinos que vemos al paso. Flamean en lo alto. En los postes, en las ramas de los árboles y también cual ornamentación en no pocas de las viviendas de la localidad dependiente de Coquimbo. Rápidamente percibimos que aquella agitación que no alcanzamos a ver a simple vista, sí está latente.
El cura Ángel Pizarro está preocupado. Entiende que la situación que se vive en el lugar no es nueva y que el abandono por parte de la municipalidad de Coquimbo que denuncian los vecinos se vendría arrastrando por años. “En la municipalidad podrían hacer un poco más. Yo comparto las demandas de la gente, lo que sí espero es que el día de la manifestación no pase a mayores”, expresa Pizarro, de entrada, antes de que comencemos formalmente con la entrevista. Resulta que las banderas negras no son más que el preludio para movilizaciones que los tongoyinos tienen preparadas. De aquello charlamos con el sacerdote, mientras nos acomodamos en su living comedor. “Los estaba esperando con tecito, ¿lo tomamos ahora o después?”, nos pregunta amablemente. “Cuando terminemos”, le mentimos nosotros. El tiempo apremia.
El cura Pizarro es un hombre joven, pero con experiencia. Y es que ser cura de un pueblo olvidado no es tarea fácil, pero, aunque no en los niveles que se ven en Tongoy, el religioso ha ejercido en lugares que viven padecimientos similares. “Estuve desempeñándome en una iglesia en Las Compañías antes”, afirma, con un tono de voz que denota la costumbre de dirigirse a las masas. “Ahí, en La Serena también me tocó ver situaciones muy complejas, sobre todo para la juventud, parecido a lo de acá, en definitiva uno se forma en la diversidad “, agrega.
Llegó a Tongoy por cosas del destino. El religioso ya había estado por un tiempo en el pueblo como seminarista, pero sólo cuando el antiguo sacerdote de la zona fue enviado a Roma, le dieron la noticia de que la Iglesia Santa Rosa de Lima, lugar donde hoy vive, sería su nueva casa. “En ese entonces estaba en la iglesia La Merced, en el centro de La Serena”, cuenta el párroco.
Llegó a Tongoy en abril del 2009, cargado de sueños. La localidad vivía momentos complejos. Una ola de suicidios juveniles había azotado al pueblo el año anterior y para Pizarro “hacer que las personas de acá se reencontrasen con la fe en el Señor era algo fundamental”.
Pero la realidad que encontró no fue alentadora. “Me encontré con una especie de despojo”, sostiene. “Es una sensación, pero que se sustenta en hechos concretos, por ejemplo, en la educación. Aquí no es la mejor, por ejemplo, el Carmen Rodríguez, que está enfocado como un colegio técnico profesional tiene una muy baja matrícula, pese a tener una gran infraestructura. Aun así, el colegio tiene un muy bajo perfil. En la educación básica aquí tampoco se cumplen los estándares básicos”, fundamenta.
Pero la educación no sería el único problema social de fondo. “En cuanto al trabajo, lo que provocó un gran problema fue el éxodo de las ostioneras, eso afectó mucho a la gente acá, se sintieron despojados, a eso me refiero”, remarca Pizarro.
Y es que para el cura, estos dos elementos se relacionan directamente con la falta de oportunidades. “Aunque suene un poco clisé, esta falta de oportunidades es evidente para los jóvenes”.
En cuanto a los suicidios que acontecieron en el pueblo poco antes de que él llegara, encontrarían sus causas en esta misma razón. “Sí, podrían atribuirse a eso y a una serie de otros factores, aquí está el tema de la deserción escolar, que es muy fuerte, eso denota desinterés, apatía no sólo de los jóvenes, también de las familias”, señala el sacerdote.
Todo confluiría para que el joven tongoyino se sienta algo “despojado”, según afirma el religioso. “Los chiquillos van asociando cosas, y aquí, aunque el pueblo es pequeño, pasa mucho. Hace dos noches a un muchacho casi lo matan en la puerta de su casa. Le cortaron la cara, lo acuchillaron y es el hijo de una persona de acá de la parroquia, entonces esa es la realidad que se vive acá, una realidad de mucha violencia, muy complejo. Ese es más o menos el contexto de los últimos cuatro o cinco años, que no sé si ha cambiado mucho a como... “¿Se atrevería entonces a afirmar que el joven tongoyino es intrínsecamente un joven depresivo, entonces?”, lo interrumpimos, y Pizarro no tarda en reaccionar. “No, no me atrevería a generalizar en relación a si el joven tongoyino es un joven depresivo”, sostiene sin perder la fluidez de la conversación. “Aquí hay un montón de factores, que pueden o no influir en eso. Depende de las familias (...) Hay jóvenes que son tremendamente resilientes, y que hoy son profesionales, que son profesores, abogados, psicólogos, ingenieros. Otros que están estudiando en las universidades o en los centros de formación técnica de la zona. Lo malo es que una vez que son profesionales parten. No queda nadie formado a ese nivel en el pueblo. Yo no me atrevería a ser tan drástico al decir que todos los jóvenes están deprimidos, pero sí creo que gran cantidad de personas y jóvenes que viven la realidad de acá, tienen algo de eso”, diagnostica, locuaz, el religioso, como si conociera de antemano cada una de las preguntas que le hacemos. El hombre ya ha analizado la realidad del pueblo y se nota. Tiene el don de la palabra. 4601iR