Lionel Elías: Una protesta que no termina

A finales de 2010, cuando aún no estallaba el conflicto estudiantil, un alumno de octavo básico en La Serena luchó para que no cerraran su colegio, llegando incluso a realizar una huelga de hambre. Hoy lo encontramos trabajando en una empresa de aseo y sin un futuro claro.
Lionel Elías: Una protesta que no termina
Lionel Elías: Una protesta que no termina
domingo 20 de octubre de 2013

No lo andábamos buscando, pero lo encontramos. Resulta que por esas cosas del destino estaba ahí. Su rostro, su forma de caminar, su forma de hablar nos fueron familiares, casi inconfundibles y sí, definitivamente era él, se trataba de Lionel Elías Sazo.
Su nombre es poco recordado, desconocido, más bien. Y es que su fama fue tan efímera como su lucha, una lucha que terminó con una derrota que era inminente, pero que no por ello resultó menos dolorosa.
A continuación, la historia de este joven de 17 años, que hace casi tres causó revuelo a nivel regional por llevar al extremo su pelea por la educación pública, llegando incluso a realizar una huelga de hambre y al que hoy encontramos trabajando en la empresa Demarco, recogiendo basura.

Con la "reflectante"

Era martes por la tarde y en la Quebrada del Jardín él nos aguardaba. Llegamos al encuentro de Lionel Elías, al que días antes habíamos contactado, por casualidad, y ahí estaba. Lo divisamos a lo lejos mientras paradojalmente tomaba entre sus manos algo parecido a un libro deshojado y lo apartaba del resto de los desechos.
Verlo fue impactante. Cambió aquel característico chaleco rojo del uniforme del colegio Gaspar Marín de La Antena por el peto reflectante de la empresa para la cual trabaja y ya no usa esos grandes anteojos que lo colmaban de aquella inconfundible intelectualidad adolescente.
Es que hoy es otra persona y él mismo lo reconoce. “Sí, pues, si cuando hice la huelga de hambre tenía 14 años y el tiempo no pasa en vano”, afirma el joven cuando lo abordamos, mientras se quita el guante de seguridad grisáceo que da cuenta de una intensa jornada en aquel sector de Las Compañías. Allí nos cuenta algo de su historia, de cómo terminó trabajando en la empresa de aseo municipal y recuerda la sucesión de hechos que lo llevaron a protestar en forma tan enérgica cuando cursaba octavo básico.

Una huelga inevitable

“Ustedes ya deben saberlo todo, si cubrieron harto la noticia”, dice, y tiene razón. Resulta que el caso de Lionel Elías y su mediática huelga de hambre se remonta al 2010, cuando a principios de año, entre los pasillos del hoy clausurado colegio Gaspar Marín de la población Antena se empezó a escuchar el rumor de que el establecimiento cerraría.
Y es que no había la cantidad de alumnos suficientes. El recinto que en algún minuto había llegado a tener 900 estudiantes, en ese momento sólo atendía el 10% de su capacidad, por lo que se hacía insostenible para el municipio.
Las asambleas iban y venían ese año. Fue ahí cuando emergió la figura de Lionel, quien como presidente del centro de alumnos, tomó las riendas de la batalla y lideró el movimiento del Gaspar Marín. “Tenía que hacer algo, principalmente por mis compañeros, porque yo ya estaba en octavo y no me influía en nada que el colegio cerrara, ¿pero qué iba a pasar con los que venían después? Por eso estábamos luchando”, recuerda el joven, quien al no encontrar soluciones ante el inminente cierre, decidió a mediados del 2010 partir a Santiago para plantearle la situación directamente al ministro de Educación de la época, Joaquín Lavín.
Sin dinero y con pasaje sólo de ida, el arriesgado adolescente partió a la capital un martes por la noche y se instaló en el frontis del palacio de la Moneda la mañana del miércoles.
Según relata, las horas pasaban y Lavín no aparecía. “Me empecé a poner nervioso en ese momento, porque me había ido sin permiso, no sabía si me iba a alcanzar la plata para volver a La Serena y ya a esas alturas tampoco sabía si iba a encontrar a Lavín y pasarle la carta que le llevaba”, cuenta Lionel.
Pero el excandidato a la presidencia finalmente apareció. “En ese momento me levanté del asiento y me acerqué a él. Lo que me dejó tranquilo es que le planteé la situación y le dejé una carta que la habíamos hecho entre apoderados y alumnos (…) Ahí Lavín se portó bien, me mandó donde un asesor, me dieron comida y plata para que me devolviera a La Serena”, narra el ex alumno del Gaspar Marín.
Volvió a La Serena esperanzado. Sus compañeros lo recibieron como héroe. Sin embargo, las conversaciones con Lavín jamás avanzaron. Lo que sí avanzó fue el inexorable paso del tiempo. Como si nada llegó el día 10 de noviembre que marcó para siempre el destino de Lionel y su colegio. La mala noticia ya era oficial, el Gaspar Marín cerraría sus puertas definitivamente por falta de alumnos. Esa mañana, tanto profesores como apoderados llegaron al establecimiento y nadie sabía qué hacer. “Ahí yo decidí tomar la decisión de hacer la huelga de hambre, porque no quedaba otra salida para que nos escucharan”.
A las 9:00 de la mañana, Lionel dejó de comer y a las 11 ya tenía a los medios de prensa junto a él. “Me contacté con el Canal Comunitario La Antena y mandé algunas fotografías, yo creo que impactó, porque desde la revolución pingüina que no se veían esas cosas”, dice.
Pero su protesta no duró más de un día. Ya por la tarde, las autoridades municipales se hicieron eco del problema y acudieron, según el joven, para obligarlo a deponer su protesta. “Llegaron con la policía y me dijeron que iban a responsabilizar a mis padres si me pasaba algo, así que no seguí (…). Después hubo más conversaciones, pero ahí yo creo que terminó todo, al final igual a fin de año el colegio cerró”, cuenta Lionel, con algo parecido a la nostalgia.
Los minutos han pasado y el joven debe volver a trabajar. “Sigamos hablando en otra parte, después”, le decimos. Lionel acepta y rápidamente retoma su labor, entre los escombros, entre la basura de la Quebrada del Jardín.

Años de vacío

Cuando llegamos a Los Placeres con Mapocho en la Antena, un grupo de niños juega afuera de la casa de Lionel. Son sus hermanos, quienes además de algunos tíos y su madre viven en el mismo hogar. “Estábamos un poco apretados acá, por eso me fui hace unos días”, señala el ex huelguista en nuestro segundo día de conversación. Resulta que el joven se fue de su casa y en la actualidad no tiene un lugar fijo donde pernoctar. “A veces me quedo en la casa de mi tío, algún primo o algún amigo”, dice, pero deja en claro que no es nada seguro ya que, por ejemplo, esa misma noche no tiene claro dónde la pasará.
A su lado, afuera de la casa hay una mujer que lo mira con atención mientras habla, y parece algo emocionada. Lionel se apresura a decirnos que se trata de su madre, Katalina. Ella no tiene buenos recuerdos del año 2010. “Lo que pasa es que el Lionel se me volvió loco”, asegura, esbozando una sonrisa nerviosa. Y es que a su hijo, en aquellos tiempos ,sólo le importaba que no cerraran la escuela, por lo que poco y nada veía a su familia.
Pero más que por lo que hizo su hijo aquella vez, Katalina siente pena por lo que vino después. El colegio cerró, pese a los incansables esfuerzos de su hijo y de la comunidad estudiantil y según afirma la madre, fue el golpe más grande para Lionel Elías, quien cayó en una profunda depresión, la que lo habría llevado a no seguir estudiando. “Eso es lo que más le duele a una, como mamá, porque siente que pudo haber hecho un poco más para que él continuara, pero no pude”, cuenta, acongojada.
Pero las circunstancias se lo impidieron. Acusan que una vez que terminó el año y el joven debió buscar dónde continuar su enseñanza, todo el mundo lo conocía y nadie quería recibirlo en su colegio. “Cuando iba a buscar matrícula me decían que él era un líder negativo y no me lo aceptaban”, señala Katalina. Luego de escuchar estas sentencias, fue el mismo Lionel el que, pese a la insistencia de su madre, decidió no seguir buscando. Aquella vez, en la licenciatura de Octavo Básico, en el gimnasio del Gaspar Marín, fue la última vez que el joven pisó un colegio.
“Me desanimé demasiado, porque siento que me discriminaron”, irrumpe el joven, quien ratifica lo expresado por su madre. “Me vino una depresión que me tuvo sin hacer nada durante meses, Luego de eso, hice cosas que no debí haber hecho”, agrega, sin entrar en detalles.
La pregunta cae de cajón. ¿Por qué no intentó ingresar a estudiar en los años sucesivos? La respuesta ni él la tiene clara. “Hay cosas que te marcan de por vida y que te hacen llevar a realizar ciertos actos, a mí me cerraron el colegio después de haber luchado tanto, eso me marcó y no sé, simplemente no seguí”, comenta.

La revolución antes de la revolución

Lo del Gaspar Marín fue el preludio del estallido final de la crisis en la educación pública y la revolución estudiantil. Al menos así lo cree Lionel, quien había luchado un año antes de que todo Chile lo hiciera. Eso sí, confiesa, tuvo sentimientos encontrados cuando vio las inmensas marchas que tenían lugar tanto en Santiago como en La Serena el 2011. Los estudiantes habían despertado, pero para él era demasiado tarde. “Yo ahí ya no era estudiante, y me dio alegría ver eso, pero también un poco de pena. Imagínate si el movimiento hubiese sido el 2010, te aseguro que no hubiesen cerrado mi colegio”, especula.
En todo caso, el joven sí siente orgullo de haber, de alguna manera, “despertado algunas conciencias”. Asegura que es probable que su protesta pueda haber influido en lo que vino después. “Recibí muchas muestras de apoyo ese año en que hice la huelga de hambre, apoyo de compañeros de otras partes de Chile y espero que si bien mi lucha no sirvió para salvar al colegio, haya servido para eso”, sostiene, con algo de orgullo, mientras Katalina, a su lado, lo mira y asiente con la cabeza. “Ahora la idea es que termine el cuarto medio, ya estuvo en un dos por uno, pero falló, pero ahora él me hizo una promesa y me la va a cumplir”, interrumpe la madre, enérgica. “Sí, lo voy a hacer”, responde Lionel. Ambos se miran, sus ojos brillan, nosotros nos retiramos. 

Sin trabajo

••• Días antes de terminar este reportaje, nos enteramos de que Lionel había dejado de trabajar para la empresa Demarco. El joven, una vez más, se encuentra sin trabajo. Nos contactamos con él una vez más y al ser consultado se manifestó tranquilo. “Ya estoy buscando trabajo de nuevo, sé que lo encontraré”, señaló. Así se veía el joven hace tres años cuando efectuó su protesta, en el mismo lugar donde lo encontramos hoy, en la Antena, en su antiguo colegio.