En el nombre del padre

Algunos lo son y otros, algún día lo serán. Hoy, los padres celebran su día y cada uno lo hace en circunstancias diferentes, desde donde el destino los ha situado. Quisimos conocer distintas realidades y atravesamos la cotidianidad de extremo a extremo: Desde las paredes sombrías de la cárcel de Huachalalume hasta la luminosidad de un templo Hare Krishna. Desde un hombre que no podrá ver a su hijo hasta uno al que la vida le regaló lo que la medicina decía que era imposible.
En el nombre del padre
En el nombre del padre
domingo 16 de junio de 2013

En el recinto penitenciario de Huachalalume prácticamente el 80% de la población penal masculina es padre y gran parte hoy no verá a sus hijos. Luis es uno de ellos.
Conocer su historia no fue fácil. La burocracia no es juego de niños ni de impacientes, por lo que cuando tuvimos en nuestro poder la autorización, acudimos raudos al penal.
Mitad de semana y en la cárcel es un día más de rutina. Llegamos al recinto a eso de las 11:00 de la mañana y en la entrada principal, antes de que preguntemos, se escucha al guardia hablando a través de su radio. Aparentemente, informa que llegamos al lugar. “Somos de diario El Día”, le comentamos cuando advertimos que tenemos su atención. El joven gendarme asiente con la cabeza y sin emitir comentario abre la puerta. Con un gesto amable y una leve sonrisa en sus labios nos invita a ingresar a ese lugar al que a nadie le gustaría llegar.
Adentro la soledad. Nos dirigimos a las oficinas administrativas y ahí un funcionario nos lleva hasta la sala de guardia, donde nos entrevistaremos con Luis. En el camino, pasillos y más pasillos. Paredes inmensas de un laberíntico y gris recinto que intimida. “Aquí no se pueden tomar fotos”, advierte el cabo. No es necesario responderle.
Luego de dar un par de vueltas, llegamos a una zona de celdas. “Matasca, Matasca, Matasca”, grita un recluso efusivamente desde su encierro y nos preguntamos si será algún tipo de código por nuestra presencia, pero nuestro acompañante se apresura a sacarnos de la duda. “Debe ser el apodo de algún recluso”, comenta y vuelve a su silencio.
En el lugar de la cita, el teniente Marticorena es nuestro anfitrión. Saluda afablemente y luego realiza un llamado. “Llegaron por lo de la entrevista, que baje urgente el interno”, ordena y minutos más tarde aparece Luis.
Viene desde el módulo 42. Hombre alto, como de 1.80 de estatura, cabello canoso y una voz grave. Nos saluda y percibimos algo de desconfianza. “Quiero que me expliquen bien qué me van a preguntar”, nos emplaza. Le explicamos todo, sin rodeos y se queda más tranquilo. Sólo queremos conocer su historia, la historia de un padre.

TODA UNA VIDA
Nos pide que no revelemos su nombre completo y no nos negamos. Condenado a cadena perpetua simple, el hombre de 47 años cuenta que ya ha purgado más de 20, en los que, producto del gran error de su vida, tuvo que alejarse forzosamente de su hijo, quien este año cumplió 25. “Como se dará cuenta han sido muchos días del padre en los que no he estado con él”, comenta en un tono parsimonioso, como cuidando cada una de sus palabras.
Cuenta que siguió viéndolo por un tiempo luego que fue condenado, pero con posterioridad, en una decisión en conjunto con la madre, decidieron que la cárcel no era un buen lugar para que el pequeño frecuentara. “Entonces ya no vino más a verme, esa determinación la tomamos por él, con mucho dolor, pero sabíamos que era lo mejor”, relata.
Pero hace dos años hubo un paréntesis. Luis señala que tuvo la oportunidad de acceder a algunos beneficios durante su condena, los que le permitieron salir en libertad condicional y reencontrarse con su primogénito. “Fue a la una de la tarde de un día sábado, en el Parque Pedro de Valdivia, ahí conversamos sin parar durante ocho horas, no nos veíamos hace 15 años, así que teníamos tanto, pero tanto de qué hablar (…) Yo siempre me mantuve informado de lo que él estaba haciendo, de cómo avanzaba en sus cosas, de que gracias a su madre había entrado a la universidad, en verdad me sentía orgulloso, siempre lo estuve, así que cuando lo vi sentí una emoción tremenda”, se explaya Luis y logramos percibir una sincera emoción en sus palabras. “Ahí le dije todo lo que tenía que decirle, le di explicaciones, porque producto de un error, él y toda mi familia sufrió, le aclaré algunas situaciones que no eran como él las conocía y me perdonó. Esa conversación me hizo saber que había posibilidades de recuperar nuestra relación”, recuerda el hombre, con un brillo en sus ojos que no habíamos visto antes.
Pero luego del encuentro volvió a cometer un error. Luis vulneró el beneficio que se le había entregado por lo que se le dejó de conceder. “Hubo algunos infortunios, y me tocó volver”, acota. Sin embargo, cuenta con entusiasmo que en estos dos años que han transcurrido, ha mantenido una fluida relación epistolar con su hijo, en la que ha descubierto cuánto tienen en común. “Compartimos gustos musicales, nos gusta el hip-hop, el reggaeton y lo más importante es que se comparten sueños (…) Ahora, en los momentos de tranquilidad, donde puedo tener la concentración para hacerlo, trato de plasmar en una nota todo lo que siento y quiero manifestarle”, expresa el recluso.
Cuando Luis termina de hablar, por algunos minutos reina el silencio, hasta que es roto con la interrogante tan impertinente como necesaria. “¿Qué hará el día del Padre?”. La pregunta no lo sorprende. Se cruza de brazos, piensa por algunos segundos y responde. “No lo sé, aquí hay visitas y yo sé que mi hijo no vendrá, porque hemos coincidido en que no es bueno para él. Creo que sentiré pena, obviamente, pero habrá que tragársela (…). Lamentablemente, yo cometí errores, que hicieron un daño colateral a mis parientes cercanos y a toda mi familia y hay que pagarlos”, dice, asintiendo con la cabeza. “Pero ya me queda poco aquí y la idea es recuperar todo lo que uno ha perdido y por supuesto, lo más importante, la familia”, agrega un esperanzado padre.

EL MILAGRO DE RÓBINSON
Pero hay quienes vivirán el día del padre con menos nostalgia que Luis. Lejos de las paredes lúgubres de una cárcel, y desde una realidad totalmente diferente, para Róbinson Cerda será el recuerdo de un milagro. Y es que de pronto la noticia más inesperada se convierte en la más feliz y éste es uno de los casos.
Los médicos habían sido tajantes: Este estudiante de 23 años no podría tener hijos, por lo que siempre vio la idea de ser padre como algo lejano. Nunca pensó en la adopción y no era algo que le preocupara mayormente.
Pero un día, el milagro simplemente ocurrió. Róbinson estaba sentado dentro de la cabaña que había arrendado junto a un grupo de amigos para pasar el fin de semana, cuando su polola Jennifer vio que por un momento se quedó solo. En ese instante, ella se acercó, sacó algo de la chaqueta rosada que vestía aquella tarde de verano y lo puso sobre la mesa. Era un test de embarazo que marcaba positivo, la prueba casi irrefutable de que una nueva vida se aproximaba. Róbinson tendría su primer hijo.
A partir de ese minuto su vida cambió. El universitario siempre había sido un hombre independiente. Gustaba de estar tiempo con sus amigos y compañeros de universidad, pero debió, poco a poco, aprender a “tomarse la vida más en serio”, cuenta hoy, sentado en el living de su casa donde nos recibe en vísperas de celebrar su tercer día del padre.
Se nota algo agitado. La pequeña Monserrat es inquieta, corre de un lado a otro y su protector padre siempre procura estar cerca de ella. Y es que lo ha tenido corriendo desde el primer minuto. Según cuenta, el mismo día del parto fue uno de los más agitados de su vida. “Yo estaba en la universidad, a punto de disertar cuando me avisaron que mi polola estaba en el hospital, ahí no supe qué hacer si bajar altiro o disertar, al final en lo que me decidía se pasó el tiempo y diserté, ni me acuerdo de qué era, lo que sí recuerdo es que apenas terminé bajé enseguida”, recuerda. Pero cuando llegó al hospital, afortunadamente, no se había perdido de nada, “el parto se había pospuesto para dos horas después”.

SACRIFICIO Y FELICIDAD
Para Róbinson el ver llegar a su hija al mundo fue la mejor experiencia. Sin embargo, no todo ha sido color de rosa. Aunque nunca le ha faltado el trabajo, afirma que ha sido complicado compatibilizarlo con los estudios y el cuidado de la pequeña, ya que la madre, con quien convive, también estudia, por ende, reparten todas las tareas. “Nos levantamos a las siete de la mañana, ahí yo le hago la leche, mientras la mamá la viste. Luego ella se toma la mamadera y después los tres tomamos locomoción al centro, la dejamos a ella en un jardín y nosotros nos vamos a estudiar”, cuenta.
Pero ahí no termina su labor diaria. El jardín de Monserrat queda muy cerca de la Universidad de La Serena, por lo que es su padre quien debe ir a buscarla cuando ella sale más temprano, o cuando hay algún contratiempo. En aquellas circunstancias, no le ha quedado otra opción que llevarla hasta la casa de estudios y hasta entrar a la sala de clases con ella. “Ahí son mis compañeras las que más apoyan, se acercan y dicen ‘qué linda la guagua’ y cosas por el estilo (…) Los profesores también me han sabido comprender, de repente incluso me la han cuidado, o aceptan que yo tenga que salir de la sala a cada rato por ella, en ese sentido me he sentido apoyado, y además ella (Monserrat) ya está acostumbrada a andar por los patios de la universidad”, relata.
Ahora su hija tiene tres años y no se da cuenta del esfuerzo de su padre. Pero Róbinson sabe que algún día ella se sentirá orgullosa por lo realizado. “Espero que cuando crezca sepa que todo lo que nosotros hicimos fue en su beneficio. Que si en algún momento dejó de tener algo, o yo no estuve ahí, sepa que siempre, sin excepción, fue por un bien mayor, por ella”, afirma el estudiante, quien después de todo, recibió la paternidad como un impensado regalo de la vida y supo estar a la altura.

PATERNIDAD DESDE OTRA FE

••• Comenzamos en la cárcel de Huachalalume y terminamos en un templo Hare Krishna. Quisimos conocer cómo se vive la paternidad desde una fe diferente y en el templo ubicado en calle Lautaro 841 encontramos a Ramanreti. El joven de 28 años profesa la religión hace aproximadamente seis y fue allí, en el templo, donde conoció a la mujer que lo haría padre dos veces.
A diferencia de Róbinson, en su caso, la paternidad fue totalmente planificada y cuando le llegó su momento, estaba preparado. “Cuando nosotros nos hacemos practicantes, pasamos dos años en el celibato, ahí nos enseñan y nos preparan para la vida y también para ser padres, por lo tanto cuando llega la oportunidad, quizá no experimentamos un cambio tan radical como lo podría experimentar alguien de afuera”, cuenta Ramanreti.
En términos económicos, el cambio tampoco habría sido brusco. Afirma que antes de que su esposa diera a luz, vivía en el templo y “después seguí viviendo en el templo, entonces mis actividades tampoco cambiaron mucho porque nosotros vivimos de lo que hacemos aquí, claro, ahora tienes que dividir tu tiempo en el que te dedicas a ti mismo y el que le dedicas a tu familia, pero eso no cuesta tanto, porque es algo que se hace desde el amor”, expresa.

SIMPLEMENTE UN ABRAZO. 

••• En el templo no están ajenos a la celebración del Día del Padre, pero ven con lejanía en lo según ellos se ha trasformado. “Se trata de rescatar la esencia, aquí tratamos de darle otro sentido a ese día, para nosotros con un abrazo basta”, señala el hombre vestido con una túnica perfectamente blanca.
Agrega que “la entrega tiene que ser día a día, de persona a persona, de corazón a corazón. Yo no espero que ninguna de mis dos hijas me regale un iPhone de 400 lucas para demostrarme que me quiere”, dice un siempre tranquilo Ramanreti.